El problema no son los príncipes… el problema es de visión: algo nos embruja y terminamos viendo príncipes donde había ogros y goblins (debimos haber sospechado cuando nos dijeron que era azul… eso no es un príncipe, señora, es un pitufo).
Y el otro problema es que esperamos que sea perfecto en su azulez, y la realidad es que el cuento termina cuando comen las perdices, sin acotar quién va a lavar los platos.
Aún así, yo soy partidaria de seguir buscando príncipes. No todos son príncipes bárbaros (ni de los barbáricos ni de los excelentes). Más vale apuntarle al príncipe que eructa la cerveza y cada tanto se rasca un huevo, pero que cuando estás llorando a moco tendido (no importa si es porque se murió tu abuelita o porque la película de Hugh Grant te pegó mal), se queda al lado tuyo, mirándote con cara de susto, pero pasándote carilinas.
(Sí, sigo pensando que enamorarse está bueno. Soy una boluda importante.)